Martes 23 de Marzo de 2021.- La escuela pre-pandemia fue funcional al sistema económico. Mientras los estudiantes permanecían en los establecimientos educacionales, los padres podían dedicarse a las labores productivas. Por ello, urgía reactivarla. Pero dicho anhelo sufrió un duro revés, en contexto de pandemia, con el aumento de los contagios. Se asumió una modalidad híbrida, que empezó a hacer crisis, porque se intenta emular un proceso de enseñanza presencial a través de teleclase, que requiere recursos, espacios y actores capacitados.
Esta fórmula se implementó para el 2021 desde algunos supuestos: los colegios están preparados, existen familias con tiempo, preparación y dispositivos para guiar a los estudiantes, con espacios en su casa para trabajar y estudiar. Supuestos pedagógicos, sociales y económicos que están lejos de la realidad. No se puede hacer un símil de los tiempos y condiciones de la escuela en el hogar. Entonces, ¿Por qué se insiste en ello?
Es urgente revisar las modalidades, así como los tiempos dedicados a la enseñanza y aprendizaje, para no lamentar resultados nefastos: niñas y niños a diario violentados en los hogares por no cumplir con las tareas exigidas, adultos alienados por las múltiples actividades laborales y domésticas, docentes con burnout; aprendizajes disminuidos, problemas posturales, neurológicos y visuales, entre otros.
Si se predecía en diciembre que luego de las vacaciones el contagio aumentaría, ¿Por qué se apostó por la presencialidad típica? ¿Por qué no se programaron modos más flexibles?
Pero hay esperanzas, aún es marzo, repensemos cómo hacerlo, para responder por lo menos, a estrategias de “mediated-learning” y/o “mobile-learning”, con el recurso de plataformas de libre acceso a estudiantes y con momentos de motivación y retroalimentación dados por docentes. Claro, eso será posible solo si se ofrecen las condiciones y hay voluntad real de los responsables de la educación y las escuelas para reprogramar y flexibilizar.
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