Miércoles 12 de Febrero de 2020.- En el contexto de las campañas de la Independencia chilena y más exactamente en el mes de febrero de 1817, una vez que las principales tropas del Ejército de Los Andes lograron cruzar la cordillera, aquellas fueron ocupando el valle del río Aconcagua. Los lugareños les proporcionaron toda clase de recursos y situaron el campamento militar en Curimón. Dos oficiales de ingenieros procedieron a reconocer las serranías de Chacabuco, que debían ser atravesadas para alcanzar Santiago.
José de San Martín supo por sus agentes acerca de los aprestos de los realistas en esta última ciudad, quienes le comunicaron que aquellos podrían reunir una nutrida fuerza en poco tiempo, lo cual lo decidió a no demorar la batalla. En la noche habida entre los días 11 y 12 de febrero, el Ejército patriota formó completo y comenzó su marcha hacia los cerros de Chacabuco. Dicha fuerza militar estaba organizada en dos grandes divisiones y un cuerpo de reserva; la primera de las mencionadas se componía de unos dos mil hombres, mientras que la segunda no llegaba a los mil cuatrocientos efectivos.
San Martín planeó un ataque tanto de frente como de flanco, de modo de envolver a las fuerzas enemigas, y esperaba que el encuentro bélico se diera cerca de las casas de la hacienda de Chacabuco. La segunda división estaba al mando del brigadier Bernardo O’Higgins, debía avanzar por el camino público de las serranías y, cuando llegara al extremo sur de aquellas, tenía que presentar combate; la primera división, comandada por el brigadier Miguel Estanislao Soler, debía marchar por los cerros del lado derecho y arribar al llano ubicado en el lado opuesto de las casas de Chacabuco, de forma de caer sobre el flanco izquierdo del enemigo.
El movimiento comenzó a las dos de la mañana del día 12 y ambas divisiones marcharon juntas, para después irse separando. La división de O’Higgins no tardó en alcanzar las alturas de los cerros y su presencia fue advertida por los centinelas avanzados de las tropas realistas. El comandante realista Miguel Marqueli trató de hacerle frente, pero finalmente ordenó la retirada de sus hombres por el lado sur de la montaña. Eran las ocho de la mañana cuando O’Higgins y sus hombres coronaban las alturas de Chacabuco, mientras que San Martín comenzaba a subir la cuesta, comandando el destacamento de reserva. Aquel supo de los primeros éxitos de O’Higgins, pero le había pedido a este último no empeñar combate hasta que la división de Soler cayera sobre el flanco izquierdo del enemigo.
Entretanto y durante esa misma noche, las tropas realistas habían ido llegando al campamento de Chacabuco y en la mañana del día 12 eran revistadas por el brigadier Rafael Maroto. En ese momento, dicho jefe recibió una comunicación de parte del comandante Marqueli en la que este dio cuenta de los recientes hechos, por lo cual decidió marchar con sus efectivos por el camino real que conducía hacia el comienzo de la cuesta de Chacabuco. Cuando había avanzado como media legua, se sintieron los primeros disparos de la vanguardia realista. La división de O’Higgins ya estaba al sur de la cuesta, persiguiendo a los fugitivos. En vista de esta situación, el brigadier Maroto optó por sostener el combate en el mismo lugar donde se hallaba, el cual ofrecía ventajas para su defensa. Apoyó su izquierda en los cerros que se desprendían del cordón principal y su derecha en el barranco del estero que bajaba de la montaña. Esto obligaba a la división patriota a presentarse de frente y sin contar con mayor espacio para extenderse, y hacer evoluciones. La división de O’Higgins avanzaba por el camino real y fue recibida por el fuego de los cañones realistas. La división debió detenerse cuando eran más de las diez de la mañana y el calor era abrasador. Por su parte, la división de Soler no se presentaba por ninguna parte. O’Higgins optó por atacar la posición enemiga y ordenó a sus escuadrones de granaderos que atacaran el flanco izquierdo del enemigo, mientras el mismo se puso a la cabeza de su infantería, con la intención de romper la línea enemiga.
Esta primera carga patriota no dio el resultado esperado, ya que la caballería no pudo acercarse al flanco izquierdo del enemigo, mientras que la infantería, si bien estaba conformada por hombres animosos, era insuficiente para romper la línea realista; por su parte, esta última se mantuvo en su lugar. El brigadier Maroto pensó ya en la victoria y, cuando los patriotas retrocedían para reorganizarse, envió unos piquetes de hombres para provocar su retirada; sin embargo, estos últimos fueron rechazados. Entretanto, la división de San Martín venía bajando la cuesta y sentía el ruido del fuego de aquel combate. La división de O’Higgins logró resistir bien el fuego enemigo y este jefe envió a su caballería para que atacara el flanco derecho de los realistas, mientras el mismo y a la cabeza de sus infantes se lanzó sobre el centro de la línea enemiga. El choque fue terrible y el cuerpo realista que recibió la peor parte fue el batallón de Chiloé. La batalla estaba decidida, pero no terminada.
Los realistas se esforzaron en reorganizar su línea y en resistir, pero en ese momento apareció la división de Soler en los cerros donde los primeros habían apoyado el extremo izquierdo de su línea. Dos compañías del batallón Cazadores de Los Andes rompieron el fuego y causaron el desorden entre los realistas. A continuación le siguieron un escuadrón de granaderos y la escolta del general en jefe. Aquellos todavía resistían en su flanco derecho, donde se hallaban dos compañías de fusileros que estaban intactas; sin embargo, abandonaron sus posiciones y se incorporaron a los fugitivos.
El general San Martín llegó al campo de combate y dio las órdenes para impedir la reorganización del enemigo; sin embargo, los realistas huían en forma desordenada hacia el sur. A las dos de la tarde la batalla estaba terminada y los patriotas se reconcentraron en torno de su cuartel general. Sus bajas no superaron los ciento cincuenta hombres (entre muertos y heridos), mientras que los realistas dejaron en el terreno más de quinientos muertos, mientras que más de seiscientos fueron hechos prisioneros.
Por
Eduardo Arriagada Aljaro
Lic. en Historia PUC
Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico ACAGUE
Academia de Historia Militar
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